Destruye la Radio

martes, febrero 27, 2007

El diario secreto de Laura Palmer (Jennifer Lynch, 1990) Fragmento 2 (23 de julio de 1984)


23 de julio de 1984

Querido diario:

Es muy tarde y no puedo dormir. He tenido una pesadilla tras otra y al final he decidido que no voy a dormir más. Su­pongo que mañana, cuando Maddy llegue, estará cansada del viaje y querrá dormir la siesta, así que yo también voy a apro­vechar para recuperarme. A lo mejor duermo cuando es de día, así mis sueños no serán tan negros.

Tuve uno realmente horrendo. Me desperté llorando, y me dio miedo de que si mamá me oía viniera a verme, porque aho­ra mismo quiero estar sola y ella no lo entendería. Cuando no puedo dormir o cuando tengo pesadillas como esta noche, siempre viene y me canta «El vals de Matilda». No es que no quiera que me cante, pero es que en el sueño aparecía un hom­bre extraño que me cantaba esa misma canción con la voz de mamá, y fue tal el miedo que me dio que me quedé paralizada.

En el sueño yo caminaba por el bosque, cerca de Pearl Lakes, y soplaba un viento muy fuerte, pero sólo a mi alrede­dor. El viento era caliente. Y a unos metros de donde yo esta­ba apareció este hombre extraño de pelo largo y unas manos enormes y callosas. Eran muy ásperas y las tendía hacia mí mientras cantaba. La barba no le volaba al viento, porque el viento sólo soplaba alrededor de mi cuerpo. Tenía las puntas de los dedos negras como el carbón, y las movía en círculos a medida que sus manos se iban acercando a mí. Yo caminaba hacia él, aunque no quería hacerlo porque el hombre me daba mucho miedo.

«Tengo a tu gato», me dijo. Y Júpiter salió corriendo de­trás de él y se metió en el bosque como si fuese una motila blanca sobre una hoja de papel negro. El hombre seguía cantando y yo trataba de decirle que quería irme a casa y que que­ría que Júpiter se fuera conmigo, pero no podía hablar. En­tonces él elevó las manos en el aire, muy, pero que muy arri­ba, como si estuviera creciendo mucho, y a medida que sus manos subían, sentí que el viento que soplaba alrededor de mi cuerpo paraba y todo quedaba en silencio. Creí que iba a dejar que me fuese porque podía leerme el pensamiento, al menos ésa era la sensación que me daba. Y entonces, cuando él paró el viento con sus manos de ese modo, creí que me de­jaba en libertad, que dejaba que me fuese a casa.

En ese momento, tuve que bajar la vista porque sentí un calor entre las piernas. No era un calor agradable, sino que me quemaba. Me quemaba tanto que tuve que abrirme de pier­nas para que se me enfriasen. Para que no me quemaran tan­to. Y entonces las piernas empezaron a separárseme solas, como si se me fueran a salir del cuerpo, y pensé, me voy a morir y no sé cómo van a darse cuenta de que traté de mante­ner las piernas cerradas, pero no pude porque me quemaban. Y entonces, el hombre me miró y sonrió con una sonrisa as­querosa, y se puso a cantar con la voz de mamá: «Matilda, ven­drás a bailar el vals conmigo...». Intenté hablarle otra vez, pero no pude, y traté de moverme, pero tampoco pude, y entonces me dijo: «.Laura, estás en casa». Y ahí fue cuando me desperté.

Algunas veces, cuando sueño, me siento atrapada en mi sueño y tengo mucho miedo. Pero ahora, cuando leo lo que acabo de escribir, no me parece tan aterrador. Si a partir de ahora escribo todos mis sueños, a lo mejor ya no me darán tanto miedo.

Una noche, el año pasado, tuve una pesadilla tan horrible que al día siguiente, en el colegio, no pude hacer nada. Donna creyó que me estaba volviendo majara porque, cuando es­tábamos en la clase, cada vez que me llamaba o me ponía la mano en el hombro para pasarme una nota, yo pegaba un bote. No me estaba volviendo majara, como Nadine Hurley, claro que no, pero sentía como si todavía me encontrara dentro de un sueño. Del sueño no me acuerdo muy bien; de lo único que me acuerdo es que en el sueño yo estaba metida en un verdadero lío porque no había pasado un examen de lo más raro, en el que tenía que ayudar a un cierto número de perso­nas a cruzar un río en barca, y no podía hacerlo, porque lo que yo quería era nadar o algo por el estilo, y entonces esas personas enviaban a alguien a por mí, para que me manoseara de una forma muy fea. Y no me acuerdo de nada más, supon­go que no se pierde nada.

Estoy harta de esperar para hacerme mayor. Algún día me ocurrirá y seré la única persona que pueda hacerme sentir bien o mal por lo que haga.

Mañana seguiré contándote cosas. Ahora estoy bastante cansada.

Laura

* * *

23 de julio de 1984

Querido diario:

Mi prima Maddy llegará de un momento a otro. Papá se fue solo a buscarla a la estación, porque mamá no dejó que me despertara. He dormido hasta hace un cuarto de hora. No soñé nada, pero mamá dice que me oyó llamarla a gritos, ¡y que después ululé como un búho! Me da una vergüenza que no veas. Dice que entró en mi cuarto y que me encontró me­dio dormida pero yo... volví a ulular, y dice que después me eché a reír, me di media vuelta y volví a dormirme. Espero que no se lo cuente a nadie. Siempre va por ahí contándole estas cosas a la gente cuando tenemos alguna cena con los Hayward. Y empieza siempre con la frasecita: «Laura ha hecho una cosa de lo más extraña...». Y entonces ya sé lo que viene después.

Igual que aquella noche, cuando fue y dijo delante de todo el mundo que soy sonámbula y que un día, cuando se iba a la cama, aparecí yo en la cocina. Me quité toda la ropa, la metí en el horno y me volví a la cama. Ahora, cada vez que estoy en casa de los Hayward, y con Donna echamos una mano en la cocina, cuando me acerco al horno, la señora Hayward me pregunta en broma si me doy cuenta de que un horno es un horno y no una lavadora.

La noche que mamá contó aquello había bebido, por eso la perdono, pero si llega a contarle a alguien que he ululado, me moriría. Me parece que jamás llegará el día en que los padres dejen de poner en ridículo a sus hijos. Los míos no son una excepción.

Quizá si lograra dejar de hacer estupideces cuando duermo, mi madre no tendría nada que contarle a la gente.

Hasta dentro de un rato.

Laura (Uuh, uuh)

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